Se estima que la enfermedad de cada persona alcohólica lastima la vida de al menos cuatro seres próximos. El alcoholismo es una enfermedad expansiva y cuando la adicción irrumpe en casa la construcción emocional del hogar se tambalea. Se trata, por tanto, de un problema muy prevalente. No obstante, en demasiadas ocasiones el miedo al estigma y la vergüenza social provocan que la situación se intente ocultar, añadiendo aislamiento a unos familiares sobrepasados por una situación que escapa a su control. Expone Gerardo Flórez, director de la Unidad de Alcoholismo, adscrita al área de Conductas Adictivas del Sergas en Orense.
«El alcohol es el tóxico social por excelencia y se supone que los miembros adultos de nuestra sociedad deben conocerlo y consumirlo sin descontrolarse. El descontrol que genera la adicción al alcohol es muy estigmatizante y los familiares tienden a ignorarlo, algo que también hace nuestra sociedad en general», apunta el especialista en Psiquiatría.
«A ellos se les nota. A nosotros no, pero igualmente estamos enfermos», señala una de las participantes en grupo de familiares. «Al principio, cuando llegas aquí vienes buscando una solución para tu alcohólico, no piensas en ti, tú sigues para delante, te impones que no se note que en tu casa hay esto, aunque por dentro estés desecha»
Aquí, junto a otras personas en tu misma situación y con las lecturas de experiencias, aprendemos a desprendernos emocionalmente, a entender que no somos causa de la enfermedad de nuestro familiar, que no podemos controlarlo y que tampoco podemos curarlo. Aprendemos a dejar de ser guardianes, a asimilar que su recuperación está en sus manos, a respetar su responsabilidad y a enfocarnos en qué cambios sí podemos hacer nosotros para encontrar serenidad y vivir de nuevo. Si tú cambias, la otra persona puede ser que cambie», expone sobre su experiencia en los grupos de familia
Familiares para los que la adicción del ser querido se convierte en epicentro y obsesión de su día a día. Es lo que Gerardo Flórez define como «un patrón de respuesta de simpatía y lealtad hacia el enfermo» que puede generar una situación familiar en la que sus allegados «asuman que el paciente adicto no es competente para controlar su conducta» y se crean responsables de hacerlo ellos. «Es muy probable que el familiar reconozca la presencia de una enfermedad o problema, pero su respuesta ante el mismo es más de sumisión ante la enfermedad que de una respuesta empática en que se busca activamente una solución, aunque las dos opciones no son totalmente excluyentes», señala.
Aunque cada hogar debe ser analizado de modo individual, expone el psiquiatra, «en líneas generales podemos indicar que cuando un miembro de la familia presenta un consumo abusivo o excesivo de alcohol hay una alta probabilidad de que las dinámicas de interacción familiar estén afectadas. El miembro de la familia afectado por la adicción no podrá asumir de forma completa sus funciones, sean de tipo empático-afectivo o de cuidado parental». Nuevamente bajo la cautela que impone cualquier tipo de generalización, el especialista aborda los riesgos que a nivel evolutivo y emocional representa crecer en un hogar afectado por el alcohol: «Si la adicción de uno de los adultos genera una situación de conflicto o violencia se generará un estrés que afectará al desarrollo emocional de los niños y el riesgo de que desarrollen un apego inseguro y distintos trastornos mentales se eleva. Si no se produce esa situación de conflicto o violencia, o si los menores pueden permanecer ajenos a ella —cosa difícil—, es más probable que se observen déficits por negligencia. La integración social, por fallos emocionales y ejecutivos, es un riesgo que presentarán estos niños», indica, puntualizando que, «por desgracia, la relación entre el alcoholismo y la violencia en el ámbito familiar es muy intensa: si el consumo de alcohol en nuestro país fuera cero, el 40-50% de los casos de violencia familiar no existirían».
Fuente: www.abc.es