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El cerebro adicto: ni debilidad moral ni falta de voluntad

La adicción fue considerada durante mucho tiempo como una debilidad moral o una falta de fuerza de voluntad. Por el contrario, actualmente es reconocida como una enfermedad crónica con cambios cerebrales específicos. Así como la enfermedad cardíaca afecta el corazón y la hepatitis, el hígado, la adicción afecta el cerebro, lo secuestra. Señala el prestigioso neurólogo Facundo Manes.

Durante muchos años se creía que sólo el alcohol y las drogas podían causar adicción. Investigaciones recientes han demostrado que ciertas actividades como el juego, las compras, el sexo, la comida e, incluso, la tecnología, también pueden producir adicción en el cerebro y son registrados por éste en forma similar a las drogas y el alcohol. El consenso científico actual sugiere que estos placeres pueden representar múltiples expresiones de un proceso cerebral común subyacente.Uno de los descubrimientos más notables de las neurociencias ha sido la determinación de los circuitos de recompensa. Se trata de mecanismos de placer que involucran diferentes regiones cerebrales que se encuentran comunicados mediante mensajeros químicos llamados “neurotransmisores”. La dopamina es un mensajero químico involucrado en la motivación, el placer, la memoria y el movimiento, entre otras funciones. En el cerebro, el placer se produce a través de la liberación de la dopamina en el “núcleo accumbens”, una región a la cual los neurocientíficos llaman el “centro de placer del cerebro”. Justamente la acción de una droga adictiva funciona a partir de la influencia en ese sistema.

Algunos adictos llegan a focalizarse en conseguir y disfrutar de la droga excluyendo todos los demás aspectos de sus vidas: descuidan a su familia, su trabajo, su propia salud. Y aún saber que se están destruyendo a sí mismos, siguen con el consumo de la droga y, a medida que continúan con su uso, se hacen tolerantes. Así, las dosis que inicialmente utilizaron para estimularse ya no son eficaces y necesitan usar una dosis más alta.

En la década de 1950, dos psicólogos canadienses, James Olds y Peter Milner, hicieron unos experimentos muy famosos en los cuales implantaron electrodos en el cerebro basal de las ratas y descubrieron que las drogas adictivas pueden liberar de dos a diez veces -y de forma más rápida- la cantidad de dopamina que las recompensas naturales.

Antes se pensaba que la experiencia del placer era suficiente para inducir a la gente a seguir buscando una sustancia adictiva. Pero nuevas investigaciones sugieren que la situación es más compleja. La dopamina no sólo contribuye a la experiencia del placer, sino que también desempeña un papel en el aprendizaje y la memoria, dos elementos clave en la transición de consumir algo a convertirse en adicto. La investigadora Nora Volkow, en Estados Unidos, utilizó una técnica de neuroimágenes denominada “tomografía por emisión de positrones” para etiquetar los receptores de dopamina en el cerebro humano y descubrió que efectivamente el funcionamiento normal del sistema dopaminérgico cerebral parece estar afectado en el abuso crónico de drogas.

La persona que es adicta no quiere serlo. Su adicción ya le costó su trabajo, su pareja, su bienestar. Sin embargo, no puede resistir la tentación. Como dijimos al principio, se trata de una enfermedad. Se la debe tratar como otras enfermedades crónicas (hipertensión, asma, cáncer) y, como tal, mantener el tratamiento ya que, de otro modo, el paciente recae.

La adicción se aprende y se almacena como memoria en el cerebro, por lo que la recuperación es un proceso lento. Incluso después de que una persona renuncia, por ejemplo, al consumo de drogas, durante semanas, meses, e incluso, años, la exposición al sitio de la droga, caminar por una calle donde la compraron o tropezar con personas que siguen consumiendo les trae un tremendo impulso a querer consumir de nuevo.

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